viernes, 6 de abril de 2018

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La máquina del tiempo
“No hubo oportunidad en la que se hablara de ella en la cual yo aceptara que podría construirse, el tiempo pasa y es imposible anticipársele o volverlo atrás.
Pero en este momento no puedo salir de mi asombro, la miro con desconcierto y quizás sea posible.
Hace solo unos meses mi hijo me decía que le encantaría tener una máquina del tiempo. Deseaba usarla para ir al pasado, a días en los que había sido muy feliz, quería volverlos a vivir; también para trasladarse al futuro, a tiempos por venir, cómo las esperadas vacaciones en Vaqueros. Quería que llegaran ahora mismo salteando odiosos días de clases en la escuela, que aún quedaban por transcurrir.
Más que una máquina del tiempo eso se parecería a una concentradora de momentos felices pensé sin llegar a decírselo, no quería interrumpir la descripción que estaba realizando de su fantástica máquina del tiempo. No pude dejar de sonreírme ante la simpleza e ingenuidad de su razonamiento.
Aquel día se transformó en pasado reciente y ahora estoy, sentado en mi escritorio en la planta alta de casa, mirando por el ventanal. Siempre me pareció este lugar como la sala de control de mi vida que navega por su existencia. Como el puente de control en la nave intergaláctica de la serie Viaje a las Estrellas. Me encantaba ver al comandante tomando decisiones de ir a un lado u otro, de atacar o de replegarse, de bajar a un planeta o de destruir un asteroide que se interponía en su camino. La única diferencia es que aquí no tengo al Sr. Spok, a quien consultaba permanentemente. Aquí generalmente pienso y tomo decisiones solo, llevando la nave de mi vida por su tiempo.
Sigo pensando que no es posible, pero es que hace un momento vi caminar resueltamente a Aarón, mi vecinito, dando vuelta en la esquina, dirigiéndose a la casa contigua de su amigo Mauro.
Me gusta Aarón, este niño dará de lo suyo cuando sea grande. Tiene un paso resuelto, no duda, no pierde el tiempo, sabe adónde va. Pasó por mi frente, lo que no sabía es que hace unos minutos su amigo había salido con sus padres en auto. Desde mi escritorio en la altura podía mirar toda la escena.
Cuando llegó a casa de su amigo cruzó la cerca de alambre como si estuviera entrando en la suya y se dirigió a la casilla ubicada en medio del parque que el padre de Mauro les había construido para que jugaran. Está elevada del piso más de un metro y se sube a través de una escalerita casi vertical. Parece que no fue a jugar con su amigo, ni siquiera lo llamó.
Aarón tenía en ese momento toda mi atención. Subió por la escalerita e ingresó en la casilla, al instante salió con un casco en su mano, descendió y de frente a mí caminó, más decidido que nunca, hacia ella.
En ese momento mi mente mostraba ya signos de velocidades temporales reducidas a la hipnosis. La imagen de Aarón era igual a la de los astronautas cuando se dirigen al modulo de comando de un trasbordador. Una imagen que tantas veces había visto en la tele, en los noticieros o en alguna película con la escena en cámara lenta, saliendo humo por detrás.
Subió, y yo con él. Había lugar para dos tripulantes. Sus piernas y brazos impulsaban el movimiento suave, muy suave, como dándome tiempo para abandonar éste, sin mayor trauma.
Estaba sentado frente a él, pero ahora eran mis brazos y piernas los que la impulsan y el tiempo ya no es en el que estaba. Apenas en un balanceo estaba en el fondo de la casa que habitamos en mi niñez. Son ahora mis hermanos y unos amigos los que pugnan por subir. Solo un instante, cuarenta años atrás, a mis cinco.
La velocidad es enorme, dos chicos parados sobre el respaldar de cada asiento y tomados de los soportes más altos, a modo de motores superiores, le dan un impulso que puede lanzarnos al espacio cercano, que maravilla.
Muchas tardes subido en ella y ahora una más, tiempos felices de mi niñez.
La máquina sigue en el jardín del vecino, un tanto más herrumbrada. Aarón ya no está y yo tampoco…estoy leyendo este relato, que había quedado inconcluso, diez años después.
Mi hijo, en su niñez, quería una máquina concentradora de tiempos felices, otros desde siempre buscan construir una que nos transporte en el tiempo y terminando de escribir estas líneas, interrumpidas una década atrás, mi asombro es aún mayor. Es que pareciera posible…
Sin siquiera proponérmelo viví unos minutos de mi infancia en una hamaca leyendo estas líneas y otros viajaron al futuro de igual modo. Quizás sea más simple de lo imaginado.
El papiro escrito en presente, hoy nos lleva al pasado. Una novela fantástica nos sitúa en el futuro, siempre confirmado. Una crónica, es el transporte perfecto al pasado reciente.
Es posible, papel y lápiz, artificio perfecto. La palabra escrita, una máquina del tiempo… paradójicamente muy real”.
El holograma se detuvo con mi imagen sentado frente al ventanal. Acababa de recrear aquel momento con la play PTRP que compraron mis hijos para que me entretenga, esta tiene un programa de realidad temporal proyectada que con solo escanear aquel papel que tenía en mis manos con la historia, la carga de algunas precisiones de los actores y procesando millones y millones de datos, archivos, imágenes y videos publicados en redes sociales ó guardados en los data cloud, me había hecho vivir un pasado perfecto.
Quizás sea posible…quizás estamos cerca.
Octubre de 2.004 - Noviembre de 2.014 – Abril de 2018
José Miguel Gauffin
Tripulante